Cuenta la leyenda que hace tantos años como estrellas se ven en el cielo, una gran tormenta sorprendió al pueblo de los nahuales de Jalisco. Una noche, el cielo se cubrió de nubes y un rayo procedente de la mismísima diosa Mayáhuel cayó sobre los mezcales que ardieron durante días.

Cuando la tormenta terminó, los habitantes salieron a la luz de nuevo y el viento les trajo un aroma dulce que provenía del mezcal quemado. Se había producido una miel dulce y aromática de sabor extraordinario, casi celestial. Al cabo de los días se dieron cuenta de que de las plantas de agave azul salía un líquido con un sabor totalmente distinto. Este líquido pasó a ser la bebida oficial de ceremonias y celebraciones.

Cuando los colonizadores españoles llegaron a México, una mujer nativa sirvió a Hernán Cortés de intérprete, consejera e intermediaria. Ésta le mostró todas sus costumbres, incluida la popular bebida de los dioses. Los colonos españoles trajeron la técnica de la destilación y sus procesos y lo aplicaron al jugo fermentado del agave, así se destiló el primer tequila. Este hecho unió a la nativa y a Hernán Cortés, de tal forma que su amor provocó que ella traicionase a su pueblo y pasase a ser la madre de una nueva raza mexicana, una raza mestiza.

A ella se le conoce como Malinche, una rebelde que cambió la historia, una leyenda tan real como el dulce sabor del agave.